“Las vanguardias revolucionarias, cualesquiera que sean, practican la caza, no del hombre (no miden al hombre en su sustancia), sino de los síntomas.” (Antonie de Saint-Exupéry, Cartas a un Rehén.)
El hombre busca razones para su existir sin darse cuenta que el existir es la razón primordial del ser. Basamos en excusas y justificaciones nuestro actuar y no asumimos el peso de las consecuencias. Producimos cambios y estos nos hacen ser hombres, en esencia, mutables. Negamos nuestra libertad por miedo a la responsabilidad de un mundo que no nos satisface y culpamos a un Dios, titiritero, de los sucesos que no nos acomodan. Evadimos la culpa y acusamos ignorancia, esperando que este responda por nuestros actos. No asumimos el peso de la posibilidad del acto, de la elección. Nos abruma el peso de la libertad y atribuimos responsabilidades, acusando. Nos escondemos en el tumulto diluyendo la culpa en el numero.
Mientras el acto social es cuestionable, el individual debe ser castigado dicta la sociedad cubriéndose las espaldas. Perdemos al hombre, como individuo, en la masa.
La sociedad está por sobre el individuo. Pero esta no responde por los actos individuales. Los reniega como un mal que no le corresponde asumir. Si bien espera y exige entrega se desentiende de quien no responde a sus requerimientos. La civilización se construye sobre la despersonalización, diluye al individuo y sus intereses en la masa. Es función del individuo pelear por la sociedad mientras esta defiende sus propios principios.
Las tendencias colectivistas intentan poner la sociedad por sobre el individuo. Pretenden lograr el bien común sacrificando el bien individual, siendo que este le es imprescindible. Cuando este falta, el bien común es un espejismo. La sociedad no existe sin el individuo, es la base de esta. Para conseguir el bien común debemos cimentarlo en el bien individual.
La sociedad es una institución, se sustenta en la fe del hombre de que no puede prescindir de ella. Busca compromiso y abnegación en sus integrantes, llama a la entrega siendo que es ella quien debería entregarse al desarrollo del hombre. Llamamos individualista a la sociedad actual siendo que esta vacía por falta del individuo.
El cambio, la revolución que debería venir, no es desde la sociedad al individuo, sino viceversa. Debemos tomar conciencia que somos causa, motor, generamos consecuencias. Midamos el efecto de estas sobre nosotros. El hombre no debe velar por la sociedad, debe surgir gracias a esta y no viceversa. Vale decir que el hombre, individuo, debe velar por que el hombre, especie, se desarrolle.
No es un error el buscar el bien común, ni tampoco lo es todo el individual. Pero no se debe desplazar al individuo de su sitial, de su protagonismo en el mundo. Si por defender al hombre se me acusa de individualista, pues lo soy. Defiendo al individuo buscando el desarrollo del hombre.
Mientras las tendencias colectivistas niegan las diferencias, las fascistas, al negar las similitudes, invalidarían hablar de las diferencias por que no tienen nada en que parecerse, invalidando parámetros de comparación. No podemos hablar de diferencia y semejanza como parte de un continuo polar, somos diferentes y semejantes a la vez.
Negar las diferencias, ya sea desde el colectivismo o desde el fascismo, es negar la posibilidad de nutrirse de esta y ascender. La evolución se basa en la mutación en el cambio, debemos reconocer las diferencias y dejar que alimenten el cambio, el desarrollo. Por que nos diferenciamos en raíces pero nos une un porvenir, la plenitud del hombre.
Lo que pretendo es liberar al hombre de su prisión. Reencausarlo de entre el sufrimiento que el mismo se ha provocado. Defiendo al hombre, individuo y el templo que es.
No llamo al hedonismo, justificado por un individualismo, sino que a un ordenamiento de las prioridades por amor al hombre y no a sus ideas. Dejemos de buscar al capitalista o al socialista, lo que importa es el hombre, sin anexos.
Los gobiernos se cierran en su postura frente a este, parcializándolo, dividiéndolo en ideologías, clasificándolo. Pero yo les digo, mientras aseguremos su libertad e individualidad estaremos creando nación, no gobierno. El hombre existe en las naciones, son las ideas acerca de este las que habitan los gobiernos. Si buscamos su bien, si nuestra consigna es el desarrollo de la humanidad, tenemos que ser capaces de conciliar nuestras diferencias en pos de un objetivo común. Nos pueden separar filosofías y religiones, pero nos une la ambición de plenitud para las futuras generaciones.
Cuando se odia, no se odia al hombre, sino a su función. No se puede odiar sino a lo que representa. Un profundo conocimiento humano implica compromiso, un acercamiento al hombre supone amor. Si se mata, no es al hombre sino a las ideas que habitan en el, se eliminan las consecuencias de su existencia. Al que esta detrás de la función, el que sustenta la mascara, es imposible odiarlo o matarlo. Odiamos y matamos imágenes sin darnos cuenta que se lo hacemos al hombre.
Defiendo al hombre por que he logrado conocerlo detrás de su función y he visto la sonrisa del verdadero rostro. Si conozco los fundamentos que trascienden a las ideas, la esencia tras la imagen; entonces, no puedo odiarlo. Por que he visto la casa, el hijo y la mujer, por que conozco lo que lo anima, es que no puedo mas que amarlo.
“No dispongo del amor como de una reserva: es, primero, ejercicio de mi corazón.”
[1] No se puede esperar amar al hombre sin asi buscarlo. Para conocer el verdadero rostro es necesario un esfuerzo, debo acercarme dejando de lado las mascaras de la función. Sin esta cercanía, sin esta comprensión nuestro aprecio por el hombre (aquí no se puede hablar de amor) es mutable, solo lo juzgamos por el fruto de su intervención.
Conocí una vez a un hombre que me mostró el peso de sus lagrimas y me sentí pequeño, vil y vano. Descubrí el fundamento, trascendí la función y vi, tras de su llanto, a un hombre feliz. En su sencillez me enseño acerca del goce pleno de la vida y el acercamiento humano, que el amor da vida y que el dolor la confirma.
Aprendi que no se es igual en lo que se posee, sino en lo que se es, que no puedo pretender igualar al hombre en lo que da, que somos básicamente distintos.
La igualdad no va en lo que poseemos ni en lo que producimos sino en lo que somos, somos hombres y eso es lo que nos iguala y nos une. Mi amor es grande por que lo baso en la igualdad que existe, que no se persigue sino que es, mi amor es estable por que lo baso en la inmutabilidad de la condición de hombre; el resto, es música.
Rescato al hombre perdido en la masa, escondido detrás de su función; lo llamo al canto que debiera ser su existencia. No busco afiliaciones ni militancias a ideas sobre el hombre, solo llamo a desenterrarlo de entre los juncos de la sociedad, busco una ordenación de las prioridades, una ordenación de los intereses. Si el hombre se conoce y se ama, inevitablemente la sociedad se beneficia.
Se acusa esta sociedad de individualismo, pero yo la acuso de falta de amor por la individualidad. Nos cerramos en nosotros por que en la sociedad no hay espacio para desarrollar al hombre mas allá de su función, por lo que nos aislamos y nos perdemos en un mundo interno que debiera teñir todos los espacios que llenamos.
El hombre lo es en todos los ámbitos de su vida, no esperemos que sea función o consecuencia, eso es inevitable, solo rescatemos al individuo que hay en cada uno de nosotros y que lucha por no perderse en si mismo. Dejémonos ser en la sociedad.
[1] Saint-Exupéry, ciudadela